jueves, 18 de julio de 2013

HOMENAJE A MI PROMOCIÓN ORTECHO - MIRANDA 1963

                                              En su cincuentenario

                                                                                               Franklin V. Sovero Hinostroza

Cincuenta años cumpliría mi promoción. Lo digo absorto en ese peculiar sentimiento, creo que muy serrano, de asociar la geografía de la vida infantil a lo muy personal, “lo mío”, lo auténticamente reconocido como propio. La casa en la que nacimos y vivimos con nuestros padres, es “mi Casa”; el barrio de Yauyos (hoy distrito) en el que desplegamos nuestras vitalida-des primarias, es “mi Barrio”. Así, el colegio en la que descubrimos las letras, los números, y quien sabe cuántas cosas más, es “mi colegio”.
La mía, El colegio “San José” fue creado en 1858 como colegio Municipal por el alcalde José Jacinto Rivera Falcón; once años más tarde, en 1869, fue nacionalizado por el gobierno del Coronel José Balta, siendo su inauguración, académica el 28 de Julio de 1869 en su local propio ubicado en la esquina de los jirones La Libertad (hoy Jirón Grau) y Jirón Sucre; a este acto, asistieron importantes personalidades, como el precursor Dr. Bartolomé Herrera. La denominación “San José” derivó del nombre del presidente José Balta al que se agregó el vocablo “San”, costumbre religiosa de la época. (En realidad esta fecha no me convence, porque festejábamos el 26). Pero cierro los ojos, y me veo leyendo el número inscrito en la parte superior de la puerta principal: “Promoción 1963”. Hasta puedo escuchar a mi compañero de aula, Braulio Pérez, diciéndome: “Que vieja es la casona”. Y esto fue en 1963. Cuando apenas ella tenía 105 años.
Yo estaba en el primer grado E. Había pasado del local de Grau una vieja casa de estudios al moderno de la Avenida Ricardo Palma. La misma avenida que tomaría el nombre del tradicionalista.
La zona de El Porvenir se privilegió con aquella edificación que se levantaba sólida y resplandeciente. Orgullo de un poderío económico de clase media ascendente, pero sobre todo de un poderío educativo, intelectual, formativo.
Habían consagrado, inequívocamente, su vida a la Educación. Con una profunda convicción culta, y avanzadas ideas acerca del modo de “preparar hombres para la vida”, ejercitaban su vocación para el magisterio de manera excepcional, con compromiso cívico, cultivando el alma jaujina. Jauja siempre estaba predilecta. Jauja estaba en sus sueños y sus ideales de una patria “con todos y para el bien de todos”.
Mi abuelo le había dicho a mi madre: “tendrá la mejor educación que podamos darle” y mi abuela decía: hijo estudia… estudia… mañana te dirán doctor… y así mi madre se sacrificó por darme una educación secundaria en el mejor colegio de la provincia.
Tardé muchos años en descubrir dimensiones de su pensar que escapaban a mi mente inocente y juvenil, aunque no dudo que fueron sedimentando mi carácter. Revisando los viejos materiales de la infancia, aquél “libro” que llamábamos “La tediosa” del llama Castilla, comprendí mucho más ampliamente el bregar calmo, pero contundente, de los hermanos Olavo y Delgado Llallico que legítima los apostolados, interconectaba las cimientes de su modelo formativo.
Que no quede solo en mi apreciación. En el Discurso de despedida de la graduación de 1963, oratoria revisada y consentida, como en las mejores tradiciones de la Educación responsable, el ilustrado Luis Caparó, decía: “… no nos olvidemos nunca del pueblo que llora y sufre mucho. Seguiremos entonces a la Patria como el trozo de humanidad en el que nacimos, y nos daremos cuenta de que solamente lograremos su libertad cuando hayamos vencido la ignorancia y el analfabetismo, y subyugado la inmoralidad y la deshonra.
Y nos lanzaremos, jinetes de nuestros ideales, a reparar injusticias sociales enormes, a enseñar deberes olvidados, a cicatrizar heridas profundas de Patria enferma, a hacer olvidar rencores con justicia, y ofensas con caridad de los cristianos.
No idealizo. Simplemente observo, reconozco y me enorgullece saber que más allá de la prédica, había acciones concretas. De alcance limitado, sí. Pero sustentadas en un profundo amor y solidaridad, en convicciones para compartir con orgullo.
Pero poco a poco, en el exterior del edificio, más allá de la hermosa reja perimetral que marcaba un adentro y un afuera, los estandartes de san José ganadas los nueve de julio, 6 de agosto, etc… etc. descolgaban de sus astas tradicionales.
Las familias se precipitaban en saltos muchas veces irracionales. Dios se desdibujaba de sus sacrosantos anaqueles. Cada día un nuevo pupitre se quedaba vacío. Algo estaba sucediendo más allá del perímetro de la Escuela. Pero el magnífico edificio, como un inmenso útero materno, nos contenía, nos protegía. En su interior se seguía proporcionando un mundo organizado y racional, en un contexto de cambios convulsos. Era el prolegómeno de otra modificación sustancial en la sociedad jaujina.
Ahora impactando sobre la religiosidad, sobre las instituciones religiosas.
Algunos desvaríos comenzaban a percibirse.
Confrontaciones desde la duda empezaron a aparecer en el escenario público. La Revolución “uchumayo” hacía emerger prejuicios no sin fundamentos de la iglesia católica. “Un fantasma recorría el país – parafraseando a Marx- Era el fantasma del Comunismo”.
En el edificio de mi colegio la armonía fue desapareciendo. Chubascos de volantes lanzados desde lo alto de las construcciones que daban resguardo al patio interior, predisponían a los que leían las octavillas.
No te dejes confundir por el comunismo”, “Las 5 tentaciones del diablo son rojas”. No descarto que algunas hayan tenido contenidos abiertamente contra-rrevolucionarios. También seguía adelante, entre algunos estudiantes, el proceso de asimilación política de la nueva situación del país. Recuerdo haber visto uniformes distintos a los que usábamos los estudiantes. Tampoco eran sotanas. Al interior de mi colegio se vivía lo que en todo el país se vivía: apoyos incondicionales y rechazos radicales, contradicciones, definición de posturas en busca de la transacción, del respeto a los intereses. Nadie sabía lo que era una revolución, ni como se hacía. Lo menos que se podía esperar era lo que estaba sucediendo.
En su interior comenzaron a desaparecer los chistes, las maldades comunes. Estábamos como enmudecidos. El Edificio se veía sombrío. No era el silencio de la disciplina el que predominaba. Creo que era el silencio de la incertidumbre. El año había recién comenzado, los jóvenes, tiene muchas incógnitas; los horizontes se oscurecen con nubes negras…” ¿era acaso un presagio, una premonición?
Tengo un gran vacío documentario sobre lo que sucedió. Mi vocación no es de historiador. Solo soy un narrador de sentimientos. Mis vivencias las llevo al papel. De
modo que lo que conservo es que en diciembre de 1963 fue mi última salida del edificio de mi colegio. Fue por la puerta trasera, porque la de delante era para los principales.
Muchos años pasaron antes de que volviera a pasar por mi colegio. Los nuevos tiempos me llevaron a lugares insospechados con nuevos compañeros de estudio – campos desolados por intrincados lugares de la zona, Un mundo desconocido en el que podía ejercer una vocación en la que me había educado. Encontré a algunos compañeros de mi colegio, en la Oroya, Huancayo o Lima. Con Sergio (sedgio) Castillo pasamos muchos años,”. Allí llegamos por voluntad propia a contribuir al desarrollo del país.
Algunos de mis compañeros de colegio corrieron otra suerte, triste, lamentable, dolorosa: desgarramiento familiar, prisión.
¿En qué extraño trance cayeron los que no entendieron, los que no entendimos - porque no quiero excluirme de los que cometieron errores - que la historia que solo es ruptura se contradice a sí misma, contraviene su propio sentido?, ¿Cómo no En-tendimos que la historia no es el cuento que los doctos o los profanos hacen, sino los sucesos reales que dejan marcas indelebles en la vida real de las personas, de las ciudades, de las naciones?, ¿Cómo olvidamos que hasta en la bastardía están los cimientes de nuestra nación, que somos hijos de una violación cosmogónica de la que supimos recuperar, transformar y crear, pero no olvidar?. ¿Dejar de ser Cató-licos suponía que teníamos entonces que dejar de ser buenas personas, porque solo los revolucionarios son buenas personas? ¿Teníamos que lanzar al olvido las enseñanzas de los hermanos, su invitación constante y ejemplar a hacer filas con la virtud, la humildad, el respeto, el conocimiento, la vocación de servicio?
Se sumaron también los equívocos del otro lado. No devalúo para nada el impacto de terribles sucesos en los que buena parte de la Iglesia católica, como institución, se negó a sí misma (¿o no?). Fue escudo de un asesino, y así, garra de las sombras luciferinas. Se alejó de la sotana verde oliva del padre Rivera, para ser bordaje en oro de lo peor de la burguesía en estampida. Comulgó a corruptos sin pasar ni tan siquiera por el juicio de Dios y el debido arrepentimiento. Se dejó arrastrar por la defensa de la inmovilidad, cuando el reto era cambiar. La ortodoxia eclesiástica no fue capaz de trascenderse a sí misma. Su epistemología de la resistencia, no la dejó pensar en la oportunidad de crecer. Se armó de la negativa. Se parapetó en sus templos cerrados. Se enquistó.
Todo esto herrumbraba lo edificado. El inmueble de mi colegio se me antojaba como una visión sejllapucarina. Como si todo lo malo se depositara en sus paredes, que se descascaraban dejando al desnudo un inmenso vacío. La nada.
Julio Lobe, Sergio Castillo, Sánchez Andoisa, Luis Ponce, Sovero Valladares, Ramos Sovero, Naveda, y muchos más. Se trataría de un remiendo a la memoria. Un deber de corazón. Nada más. Mucho más.
Tenía la esperanza de encontrar a alguien a quien comentarle mi idea, tal vez intempestiva. Quería acercarme al aula de primer grado en la que el auxiliar Salupo nos llenaba el alma de ganas de aprender. Y lo hice. Cargado de sueños y temores volví a entrar al edificio.
En el año 2003, premunido del honor de haber ganado el concurso para ser Director regional La batalla entre la memoria emocional y la razón fue desgarradora. La primera buscaba sus referencias mnémicas en las que todo aparecía como detenido en el tiempo. La segunda, precisamente esgrimía al tiempo para entender lo que la mirada le imponía. El edificio había sido maquillado. Más en sus fachadas externas. Mucho menos en sus espacios internos. Pintura de bajo costo intentaba cubrir el abandono. Y el entonces director Carhuallanqui ni saludo ni indiferencia.
Retazos de madera de baja calidad parcheaban la falta de ventanas y fragmentos de carpeta por doquier. Las impresiones primeras me convocaban a la molestia. Pero el corazón emergió para hacer visible lo invisible: algo trataba de hacerse. No era la simple aritmética de “algo mejor que nada”. Era recuperar el significado sólidamente
inscrito en aquél edificio San José . Un edificio para ser colegio.
Hay un destino ineluctable en aquella construcción.
Una espiritualidad, que mixturada con piedra y polvo, con ansias y desvelos, con victorias y derrotas, se había tornado resistente a todos los embates, mi colegio, estaba allí. Impoluta. Erguida sobre su propia historia.
Historia que es parte de muchas otras historias.

Al salir por el viejo portón corroído por su propia historia, el mismo por el que un día entramos los que alguna vez allí estudiamos, el que muestra la fecha de nacimiento de la edificación - “1910”, recordé la inscripción conmovedora que, en la Tumba al Soldado Desconocido de la fría Moscú, dice: “Aquí nada ni nadie está olvidado”. Así, mi colegio no esta olvidado.

martes, 16 de julio de 2013

FOTOGRAFÍAS DEL RECUERDO




Personal docente y administrativo.
 Foto tomada en fecha posterior a nuestro egreso. Xauxa tiempo y camino

Miembros de la promoción que asistimos y desfilamos con motivo del centenario del colegio

EL NOMBRE DE LA PROMOCIÓN




José Román Galarza Flores
Ing. José Román Galarza Flores





                                                       






La disciplina en nuestro Colegio ha sido buena, resultado del trabajo eficiente del Sr. Regente, Mendez Portillo; de los auxiliares de educación: “Salupo” Quintana, “Chuyón” Palacios, “Manguera” Reyes. En abril de 1963 la disciplina del Colegio experimentó un giro de 90º con la llegada de dos instructores, el Capitán E.P. Ortecho y el Teniente E.P. Miranda. Congeniaron, rápidamente, con los adolescentes y jóvenes del nivel secundario, implantaron una disciplina más fuerte, más exigente, pero con rostro humano. Nos inculcaron sentimiento de amor a nuestra patria, en especial a nuestro colegio, nos sentíamos más activos y alegres; la identificación con nuestro centro de estudios fue total, lo que nos permitió, aquel año, los siguientes triunfos: 1er. Puesto de la Escolta y su Batallón, en el desfile del 9 de Julio en Concepción; ganamos el concurso de bandas en Huancayo; en fútbol, le ganamos al San Ramón de Tarma en su aniversario.

La promoción 1963 se identificó totalmente con los mencionados instructores, la prueba es que un gran porcentaje de egresados, ese año, postularon a los Institutos Armados,ingresando al Ejército y la Policía. En mérito a ese trabajo abnegado y como muestra de agradecimiento decidimos que nuestra promoción llevara el nombre de “Ortecho – Miranda”.


martes, 9 de julio de 2013

A MI QUERIDO COLEGIO

                                                                                                               










                                                                     

                                                                 Franklin V. SOVERO HINOSTROZA                                                                                                                                                                                                                                                                                             
EL GLORIOSO SAN JOSÉ
Hace cincuenta años, así de simple hace cincuenta 365 días, tuvimos la oportunidad y dicha de ser alumnos de grandes maestros que jamás podremos olvidar, quedará en nuestras mentes sus enseñanzas, y su formación, difundiendo sus sabias informaciones a través de nuestra lengua como docentes que ahora somos, irradiando por todo el Perú, como los evangelistas regando lo que aprendimos en ese glorioso San José, vale decir, la promoción “Ortecho-Miranda” 1963 de la provincia de Jauja-Perú
El Cuculichi Monge en literatura con sus AFILADAS Y LÍMPIDAS UÑAS
el llama Castilla con su estudio dirigido SU PRONUNCIADO CUELLO 
Miguelito Martínez en lenguaje con DULCE Y CARIÑOSO TRATAMIENTO 
El chanchito Castro en Artes manuales y su electrotecnia
el Cocoroco Ingaroca en Matemática AJUSTANDO EN TODO MOMENTO SU RELOJ
Como olvidar al indio Montalvo, el ROBESPIERRE
Al chinito Loayza. BÍSTURI, (cuchillo viejo y mocho muy afilado)
Como olvidar al cirujano Reyes UN KAISER EN LA DISCIPLINA
Al caballo Palacios y …………………. Duros auxiliares de educación, presididos por el REGENTE El sheriff Mendes. Y el cura Rivera con sus OREJITAS
El abusivo Susanibar y al loco Alcántara, en educación física que dolorosos y agitados recuerdos el chulla Antonio en IPM.
Pero lo más indeleble que trajimos tres de los cinco años el gallardete de Concepción bajo la instrucción del So3 Ortecho y el apoyo de Miranda. Cuando se escuchaba su estentórea voz ¡a FORMAR……..…! que se escuchaba hasta las inmediaciones de Inkapaccajan…
Quiero homenajear con esta página, dando un abrazo a mi PROMO sin muchas palabras a los cincuenta años de recuerdo que culminamos la educación secundaria bailando en el Casino Jauja.
SUERTE…… COMPAÑEROS
2013-06-26

Fuente: Jauja, Primera Capital del Perú, blog.